por Sarah Gutiérrez
Toda una vida soñando con tenerla. Años y años anhelando un pasado, y ansiando vivir ya el futuro. Sin embargo nunca me di cuenta de la maravillosa hermosura del presente. He vivido toda mi vida buscando la felicidad, esa grandiosa felicidad de la que tanto hablan, a la que llegas para no salir jamás. Y hoy me he dado cuenta de que es inexistente. Yo puedo asegurar que he encontrado la felicidad y la he visto marcharse. Sus idas y venidas han sido un constante vaivén en el que por horas, por días, por minutos o por incluso segundos, puedo asegurar, que he sido plenamente feliz. Mi felicidad no ha estado en ese futuro ansiado por todos, sino en los pequeños pero grandiosos momentos que tan rápido como llegan se van. Su efímero paso por nuestra realidad es tangible, solo es cuestión de saber apreciarlo y saber entender que no hemos de luchar para que otro nos otorgue la felicidad, sino que está en nuestra propia naturaleza.
Hoy miro a mi marido y a mi maravilloso hijo y garantizo en ellos mi eterna felicidad. Ellos lo han sido todo para mí. Mi primer beso, mi primer amor, aquel hombre que me susurraba al oído y me hacía sentir amada… Mi niño, su primer llanto, su sonrisa, su desparpajo…
Llevo dos años luchando contra mi gran enemigo, mi propio cuerpo, que poco a poco ha ido ganándome la batalla. Me he aferrado a la vida con la mayor ancla jamás construida. He respirado el aire puro cuantos días he podido y sentido el mar acariciando mis pies cada mañana de esta interminable guerra. Hoy mismo aunque, con un despertar muy diferente he acudido a esa cita con la mar. Sin embargo sabía, que esa sería la última.
Estoy tumbada en la cama, me cuesta respirar. Cada aspiración es una contienda ganada. Sé que es el final, que hoy no dormiré más bajo el cobijo de mi hogar. Me pesan los párpados. Poco a poco siento como mi cuerpo se va entumeciendo, va dejándose llevar por la serenidad del definitivo adiós. Mis palabras pesan en el aire, y este en mí. Sin embargo un atisbo de felicidad deslumbra en mi mirada, siento lágrimas caer, pero no porque mi vida se acabe, sino porque lo hace a lo grande. Con mi marido y mi hijo a mi lado agarrándome la mano y dándome la fuerza suficiente para emprender un nuevo camino. Les miro a ambos con devoción, con admiración, orgullo y amor. Clavo mi mirada en ellos con una fuerza descomunal, beso a mi amado Héctor dándole en mano mis más sinceras palabras hacia él reflejadas en un papel. Agarro con todas mis fuerzas a mi dulce niño, mi queridísimo Adrián y le abrazo, susurrándole al oído con mi último suspiro, lo que el aire nunca podrá borrar de las líneas de un papel.
Mi niño lindo, mi pequeño gran soñador:
Pirata y astronauta, inventor y conquistador de estrellas.
Mi gran pequeño hombre:
Hermoso en su dulzura, espléndido en su estar.
A mi amado Adrián:
Hoy y siempre estaré a tu lado
A cada paso que des estaré orgullosa de ti.
TE QUIERO, precioso mío.