jueves, 10 de febrero de 2011

amoña.

Estas cosas llegan sin que uno se de cuenta de que van a llegar así tan de repente, no avisan y se quedan ahí discretamente y en ocasiones ni siquiera te enteras de que están ahí hasta que alguien te pregunta ¿que tienes ahí? ¿que es eso? tiene mala pinta; o peor aún, cuando el cuerpo dice ya basta y hasta aquí hemos llegado. Es extraño, los órganos importantes del cuerpo empiezan a fallar o dejan de funcionar sin motivo aparente, la precariedad del cuerpo se hace presente, palpable, es entonces cuando eres consciente de la fragilidad de la vida. El hígado o el riñón o el corazón se declaran en huelga y dejan de desempeñar su labor cotidiana, el riñón derecho dice no quiero regular la producción de orina, el riñón izquierdo dice yo tampoco, y lo deciden conjuntamente así de un día para otro sin que nada fuera de lugar haya ocurrido anteriormente, tu crees que todo estaba bien y no te das cuenta de que algo ha dejado de funcionar y entonces todo explota por dentro. Es como cuando a un reloj con una maquinaria perfectamente calibrada un buen día le falla uno de los engranajes cuya función es únicamente dar vueltas y vueltas, el engranaje se para y las manecillas marcan las 3 a las 7, todo irá mal a partir de ahí, nunca más te fiarás de ese reloj. A la amoña le ha pasado esto, sus riñones dejaron de funcionar hace unos días. Ese día llegó a casa con el pelo recién arreglado, era ya tarde para comer pero entró directamente en la cocina con el propósito de calentarse la comida precocinada que suele comprar en una tienda de por allí, fue en la cocina donde se desmayó de pronto, sus piernas y columna dejaron de servir de apoyo al cuerpo y se desplomó como suelen hacerlo quienes se desmayan repentinamente, imaginad un pelele cayendo. Pero a diferencia de un muñeco, ella se preparó para el impacto tensando el cuerpo al máximo de lo que permite la elasticidad de los tendones y los músculos, refugiándose en una posición imposible formando con la espalda un arco, con los pies y la cabeza apuntando hacia abajo, la barriga hacia arriba. Los técnicos de emergencias médicas la encontraron así con esa tensión metida en el cuerpo, los huesos y los tendones hicieron crac cuando doblaron sus piernas para sentarla en una silla especialmente diseñada para bajar personas por las escaleras de sextos pisos sin ascensor. Se despertó siendo consciente de la situación y de como dos desconocidos la bajaban en volandas sentada en esa silla mientras veía pasar ante sus ojos cada unos de los portales y escalones que durante tantos años ha subido y bajado a pie, vio todo esto entre lágrimas, vómitos y miedo, un viernes noche la vida desfilando ante sus ojos. Tardaron 20 minutos en bajarla a pulso. En algún momento entre el segundo y el primer piso volvió a perder la consciencia y no vio la ambulancia que esperaba aparcada delante del portal ni esa pequeña multitud de curiosos que se arremolinó por allí cerca. No recuerda el viaje hasta el hospital pero si los gritos desesperados de una mujer gorda ya en la sala de urgencias, había despertado para entonces y notaba el frío líquido transparente que la enfermera empezaba a inyectar en sus venas mientras la llevaban en la camilla hacia una habitación que tendría que compartir con dos personas más. Después vinieron la sed, las máquinas, los pinchazos en el brazo. La metían durante horas en esa máquina depuradora de sangre y en ese tiempo notaba como se le vaciaban las venas para después volver a llenarse con sangre recién depurada, pensaba en ese extraño circuito cerrado entre su cuerpo y la máquina que tenía en frente. Estas cosas son así, por un brazo te sacan glóbulos rojos enfermos y por la pierna te los vuelven a meter una vez regenerados, te conectan a una máquina que necesita de tu sangre para funcionar. Ahora los riñones vuelven a funcionar y regulan los líquidos casi normalmente para que la orina vuelva a ser expulsada en volumen y color habituales, pero una sombra se ha instalado para siempre en la amoña, una sombra de dudas e impedimentos que tendrá que domar y no dejar que se extienda hasta que todo lo abarque. Quien conozca a la amoña sabe que muy pronto la desesperanza dará paso al empeño, y entonces el camino ya estará hecho.
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